Monday, March 10, 2008

de la negativa de los hombres...

...a trabar amistad con un mosquito

Siendo que tales insectos tienen una duración vital media de algo así como 24 hs.

Un vínculo de cualquier tipo con un ser humano representaría para él: "una relación de toda la vida", ó "media vida", ó "gran parte de mi vida"; de modo que resultaría un estado maravilloso (salvo algunas excepciones con las que daré fin al texto).

En ocasión de haber entrado al baño a media noche, observé dentro de la pileta, sobre una gota aplastada, como las que suelen encontrarse en tales sitios, a un mosquito medio ahogado, medio no (ahogado); tuve la fuerte intención de tomarlo por una alita e infringirle mis rudimentarios servicios de salvataje, piadoso y desinteresado.

Al cabo de unos instantes de zondeos en los laberintos de la lógica cartesiana, lo aplasté con el pulgar (?), y dejando correr agua, vi que se perdía en la oscura profundidad del desagüe.

–Es que para mí -me excusé poco después-, resultaría tan penosos ver morir a un amigo pocas horas después de revivirlo, o tal vez al rato, (puesto que ignoraba la edad del mosquito).

Él, por otra parte, me estaría eternamente agradecido y defendería ami sangre de otros mosquitos y me rogaría asistir a su funeral, cosa que yo aceptaría, así como cuidar, como en una tutoría absurda, de su familia en ocasión de su muerte.

De modo que comenzaría una sucesión interminables de pérdidas irreparables que acabaria con mis pañuelos y esperanzas en cuestión de días.

Resulta intolerable perder de esta manera...

Me refiero además, a que las amistades dejarían de tener aquellos habituales desengaños, serían perfectas y dolorosas, habría que andar escribiendo elegías a cada rato, hecho que agotaría a cualquier poeta.

Salvo en aquellos casos en que un acto de mala fe o quizás no tanto pusiera fin a toda una vida de confidencias.

25 de noviembre de 1986

Monday, March 3, 2008

Sin -no es pecado-

...una palabra que lo rescate; algo para escapar de eso en que se sumergía latiendo las sienes, una palabra como la sonrisa de los cuartos de hora (a tiempo), como la voz que surge del fondo de una botella -no, las palabras vienen del cajón de los corchos-.

Porque tanto tiempo se habían hablado por los libros, las palabras se estrellaron contra algodones, contra líneas de lápiz en la página 111, en la 120, en el capítulo 7 de Rayuela, en una carta de Gaugin a su esposa, en el estruendo feroz del cementerio, donde el olor a gladiolos y lloronas confundía los días con la ausencia. Un viento helado traía el murmullo de las fiestas del sur donde la gente ríe sin un traguito de más -que verguenza-.

los lamentos no dan abasto por estos lados, entonces se mueven, caminan como ositos a cuerda, repitiendo los mismos errores, dibujando las mismas figuras en el piso del cuarto donde las horas ya están muertas. Así (?) yo corro, corro entrando en la habitación de al lado, urdiendo con el mate, unos cigarrillos y un lápiz o estos dedos, una respuesta para las tantas líneas de arriba y a algunas otras que no se dignaron a salir.

19 de enero, 1987